“Ha pasado el invierno, la lluvia se fue; se han mostrado las flores en la tierra, El tiempo de la canción ha venido.” Las hojas comienzan a brotar. ¡El viñedo vuelve a la vida! Llego el tiempo en que la Sulamita debe volver a trabajar en la viña.
Una mañana el pastor la visita, anunciándole que dejara el pueblo por cierto tiempo. Ella desconcertada no le dirige palabra; en su interior pensó que él la dejo de amar. De madrugada, antes de su partida, regresa nuevamente a despedirse, toca a su puerta diciendo: “Ábreme, amiga mía, porque mi cabeza está llena de rocío”. Ella no atiende a su llamado, cuando finalmente abre la puerta, él se había marchado.
Ella no sabe a dónde se ha ido. Lo busca por todo el pueblo, unas mujeres le indican que lo vieron irse a la ciudad. Se desespera para encontrarlo, sabe que nunca conocerá a alguien como él.
Entra en la gran ciudad de Jerusalén, “lo busca por las calles y las plazas”, preguntando a gran voz: “¿han visto al que ama mi alma?”. Los guardias la encuentran, la tratan violentamente, por causar gran alboroto. De pronto todos hacen reverencia, el carruaje real se aproxima…
El rey desciende apresuradamente, asombrado por la escena. Se acerca a ella y extiende su mano, los guardias quedan avergonzados por su actuar. Ella levanta sus ojos y ve la tierna mirada de su amigo. Su corazón late intensamente.
Pero rápidamente baja su mirada al suelo, haciendo entender que no era digna de tener el amor del rey. Él insiste, y la levanta del suelo. La abraza y susurra a su oído que la ama, que le dolió en su alma separarse de su compañía.
El rey se quita su corona y pide que sea su esposa. Ella no sabe que decir, después de unos eternos segundos le contesta: “Tu amor es mejor que el vino”, no deseo tus riquezas solo quiero tu corazón.
El rey sintió un alivio indescriptible, ella era alguien especial, que lo amaba por haberlo conocido como nadie lo hizo. Pasó tiempo con él y formaron una amistad sólida como una roca.
Una mañana el pastor la visita, anunciándole que dejara el pueblo por cierto tiempo. Ella desconcertada no le dirige palabra; en su interior pensó que él la dejo de amar. De madrugada, antes de su partida, regresa nuevamente a despedirse, toca a su puerta diciendo: “Ábreme, amiga mía, porque mi cabeza está llena de rocío”. Ella no atiende a su llamado, cuando finalmente abre la puerta, él se había marchado.
Ella no sabe a dónde se ha ido. Lo busca por todo el pueblo, unas mujeres le indican que lo vieron irse a la ciudad. Se desespera para encontrarlo, sabe que nunca conocerá a alguien como él.
Entra en la gran ciudad de Jerusalén, “lo busca por las calles y las plazas”, preguntando a gran voz: “¿han visto al que ama mi alma?”. Los guardias la encuentran, la tratan violentamente, por causar gran alboroto. De pronto todos hacen reverencia, el carruaje real se aproxima…
El rey desciende apresuradamente, asombrado por la escena. Se acerca a ella y extiende su mano, los guardias quedan avergonzados por su actuar. Ella levanta sus ojos y ve la tierna mirada de su amigo. Su corazón late intensamente.
Pero rápidamente baja su mirada al suelo, haciendo entender que no era digna de tener el amor del rey. Él insiste, y la levanta del suelo. La abraza y susurra a su oído que la ama, que le dolió en su alma separarse de su compañía.
El rey se quita su corona y pide que sea su esposa. Ella no sabe que decir, después de unos eternos segundos le contesta: “Tu amor es mejor que el vino”, no deseo tus riquezas solo quiero tu corazón.
El rey sintió un alivio indescriptible, ella era alguien especial, que lo amaba por haberlo conocido como nadie lo hizo. Pasó tiempo con él y formaron una amistad sólida como una roca.
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