Las vides se tornan irreconocibles, el clima tan hostil, las ha despojado de su belleza. Nuestra querida Sulamita ocupa ahora su tiempo apacentando el rebaño de su padre.
Una mañana, cuando llevaba las ovejas a beber a un estanque cercano, se encuentra con un pastor, que jamás había visto en el pueblo. Se cruzan miradas, ella se intimida. Se sentía insegura por su descuidada piel, resultado del constante trabajo, bajo del intenso sol del verano. Esta escena se repitió por varios días. Algo comenzó a nacer en ellos. Podemos decir que, este duro invierno encendió la llama de un tierno amor.
El misterioso pastor era nada menos que el rey de Israel. La historia cuenta que cierto día, cuando pasaba con su carruaje real, por el camino junto al viñedo. Se vislumbró por la hermosura de una joven; lo que más le fascino de ella, fue su actitud al trabajar recolectando los racimos maduros. Lo hacía con alegría y un canto en sus labios.
El rey no quería que aquella joven sea su esposa solo por un simple decreto, él deseaba conquistarla. Que ella se enamore de su persona, y no de sus riquezas o estatus social. Todas las muchachas de Jerusalén pretendían ganar su simpatía, pero ninguna había cautivado su corazón.
Así que decidió dejar sus funciones reales por un tiempo, y convertirse en un humilde pastor. Su padre David, muchas veces en su niñez, le había enseñado lo básico de este noble oficio.
De a poco ganaron confianza, la amistad crecía con cada encuentro. Llego un momento en que decidieron pastorear a sus rebaños juntos. De la mañana al anochecer, compartían todo su tiempo. Él se mostraba tal cual era; con ella era libre de toda presión que demandaba el trono. La joven notaba los pequeños detalles de la personalidad de su amigo. Era muy atento a su rebaño, a cada oveja la cuidaba como si fuera un niño pequeño, y con ella era todo un caballero.
Una mañana, cuando llevaba las ovejas a beber a un estanque cercano, se encuentra con un pastor, que jamás había visto en el pueblo. Se cruzan miradas, ella se intimida. Se sentía insegura por su descuidada piel, resultado del constante trabajo, bajo del intenso sol del verano. Esta escena se repitió por varios días. Algo comenzó a nacer en ellos. Podemos decir que, este duro invierno encendió la llama de un tierno amor.
El misterioso pastor era nada menos que el rey de Israel. La historia cuenta que cierto día, cuando pasaba con su carruaje real, por el camino junto al viñedo. Se vislumbró por la hermosura de una joven; lo que más le fascino de ella, fue su actitud al trabajar recolectando los racimos maduros. Lo hacía con alegría y un canto en sus labios.
El rey no quería que aquella joven sea su esposa solo por un simple decreto, él deseaba conquistarla. Que ella se enamore de su persona, y no de sus riquezas o estatus social. Todas las muchachas de Jerusalén pretendían ganar su simpatía, pero ninguna había cautivado su corazón.
Así que decidió dejar sus funciones reales por un tiempo, y convertirse en un humilde pastor. Su padre David, muchas veces en su niñez, le había enseñado lo básico de este noble oficio.
De a poco ganaron confianza, la amistad crecía con cada encuentro. Llego un momento en que decidieron pastorear a sus rebaños juntos. De la mañana al anochecer, compartían todo su tiempo. Él se mostraba tal cual era; con ella era libre de toda presión que demandaba el trono. La joven notaba los pequeños detalles de la personalidad de su amigo. Era muy atento a su rebaño, a cada oveja la cuidaba como si fuera un niño pequeño, y con ella era todo un caballero.
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