Esta es una historia que ha perdurado por casi 3.000 años. Que tiene como protagonista a una joven campesina de un pueblo llamado Sunem, situado en el territorio de la tribu de Isacar en el centro norte del antiguo Israel.
Esta joven, que llamaremos cariñosamente “la Sulamita”, estaba al cuidado de la viña de su familia. Era una hábil viñadora, conocía todo el proceso referente a la producción del vino.
Incansable trabajadora, amaba su viña, la cual era su mayor preocupación. En medio del viñedo, existía una higuera que aún no daba frutos, pero ella la cuidaba como si los diera. Pero sus días eran marcados por la rutina; a veces cuando escuchaba al viento, podía sentir un gran vacío y una amarga soledad.
Había pasado el tiempo de cosecha, las parras perdían su verdor. Esta época del año menguaba el trabajo, la Sulamita solo se dedica a podar las ramas secas. Ella sabía, como buena viñadora, que es necesario extraer todo lo que quita fuerzas a su vid. Así el viñedo estará en óptimas condiciones para dar fruto abundante en la próxima vendimia.
En Jerusalén, la capital del reino, existía el rey más sabio que haya existido, su nombre Salomón. Era visitado por reyes de lugares remotos para apreciar su gran sabiduría. El rey también era un flamante constructor, todo el pueblo lo amaba porque edifico la Casa de Dios, a pedido de su padre David; quien le inculco desde pequeño el amor por Dios.
El rey tenía riquezas, poder, fama y paz en su reino. ¿Qué otra cosa le faltaba?...
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