"Una vez, un ateo se dirigía a una multitud de personas al aire libre. Estaba tratando de persuadirlos de que no había Dios ni demonio, ni cielo, ni infierno, ni resurrección, ni juicio, ni vida por venir. Les aconsejó que tiraran sus Biblias y que no prestaran atención a lo que decían los predicadores. Les recomendó que pensaran como él y que fueran como él. Él habló audazmente. La multitud escuchó ansiosamente. Era "el ciego guiando al ciego". Ambos caían al pozo.
Una anciana pobre camino a través de la multitud, al lugar donde estaba parado. Ella lo miró a los ojos y le dijo en voz alta: "señor, ¿Eres feliz?" El ateo la miró desdeñosamente y no le dio respuesta. "Señor", dijo de nuevo, "le pido que responda mi pregunta. ¿Quiere que tiremos nuestras Biblias? Nos dice que no debemos creer lo que los predicadores dicen acerca de Cristo. Nos aconseja que pensemos como usted.
Ahora, antes de seguir tu consejo, tenemos derecho a saber de qué nos beneficiaremos. ¿Tus nuevas ideas te hacen sentir realmente feliz? El ateo se detuvo, tartamudeó, jugueteó e intentó explicar su significado. Trató de volver al tema. Dijo que "no había venido a predicar sobre la felicidad". Pero no sirvió de nada.
La anciana se aferro a su punto. Ella insistió en que su pregunta fuera respondida, y la multitud se puso de su lado. Ella lo presionó fuertemente con su pregunta, y no tomaría ninguna excusa. Y al final, el ateo se vio obligado a irse, y escabullirse en la confusión. Su conciencia no
lo dejaba quedarse: no se atrevía a decir que era feliz."
J. C. Ryle (1816-1900), fragmento del sermón "Felicidad"
Traducido por Nestor Jacque.
Una anciana pobre camino a través de la multitud, al lugar donde estaba parado. Ella lo miró a los ojos y le dijo en voz alta: "señor, ¿Eres feliz?" El ateo la miró desdeñosamente y no le dio respuesta. "Señor", dijo de nuevo, "le pido que responda mi pregunta. ¿Quiere que tiremos nuestras Biblias? Nos dice que no debemos creer lo que los predicadores dicen acerca de Cristo. Nos aconseja que pensemos como usted.
Ahora, antes de seguir tu consejo, tenemos derecho a saber de qué nos beneficiaremos. ¿Tus nuevas ideas te hacen sentir realmente feliz? El ateo se detuvo, tartamudeó, jugueteó e intentó explicar su significado. Trató de volver al tema. Dijo que "no había venido a predicar sobre la felicidad". Pero no sirvió de nada.
La anciana se aferro a su punto. Ella insistió en que su pregunta fuera respondida, y la multitud se puso de su lado. Ella lo presionó fuertemente con su pregunta, y no tomaría ninguna excusa. Y al final, el ateo se vio obligado a irse, y escabullirse en la confusión. Su conciencia no
lo dejaba quedarse: no se atrevía a decir que era feliz."
J. C. Ryle (1816-1900), fragmento del sermón "Felicidad"
Traducido por Nestor Jacque.
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