“Visité el pueblo de Antwerp, en la parte norte del condado de Jefferson. Me detuve en el hotel del pueblo, y ahí supe que no había reuniones en ese entonces. Mediante esfuerzos personales conseguí que varias personas se instalaran en el recibidor de una señora cristiana, y les prediqué en la tarde luego de mi llegada. Pasé por el pueblo y quedé estupefacto por la horrible profanidad entre los hombres adonde fuera que iba. Obtuve permiso de predicar en la escuela el domingo siguiente, pero antes de ese día estaba muy desanimado, y casi escandalizado por el estado de la sociedad que presenciaba.
El sábado el Señor puso con poder en mi corazón las siguientes palabras, dirigidas por el Señor Jesús a Pablo (Hechos 18:9-10): "No temas, sino habla, y no calles; porque yo estoy contigo, y ninguno pondrá sobre ti la mano para hacerte mal, porque yo tengo mucho pueblo en esta ciudad". Esto sometió mis temores completamente, pero mi corazón estaba cargado con agonía por la gente. El domingo en la mañana me levanté temprano, y me retiré a una arboleda no muy lejos del pueblo para derramar mi corazón ante Dios por una bendición para la obra del día. No pude expresar la agonía de mi alma en palabras, pero luché con mucho gemir, y creo con muchas lágrimas, por una o dos horas, sin obtener alivio. Regresé a mi cuarto en el hotel, pero casi inmediatamente volví a la arboleda. Hice esto tres veces. La última vez obtuve alivio completo, justo a tiempo para ir a la reunión.
Fui a la escuela, y la encontré completamente llena. Saqué mi pequeña Biblia de bolsillo y leí: "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna". Mostré el amor de Dios como se contrasta con la manera en la que fue tratado por aquellos a quienes dio su hijo. Les hice ver su profanidad y mientras reconocía a mis oyentes cuya profanidad había observado en especial, en la plenitud de mi corazón y con muchas lágrimas les indiqué: "he oído a estos hombres que han nombrado a Dios para maldecir a sus semejantes". La Palabra hizo un poderoso efecto. Nadie parecía ofendido, pero casi todos desfallecían grandemente. Al término del servicio el dueño tan amable, el señor Copeland, se levantó y dijo que abriría la casa de reunión en la tarde. La casa de reunión estaba llena como en la mañana, la Palabra hizo un poderoso efecto.
Así el avivamiento poderoso comenzó en el pueblo, y luego a propagarse por todos lados.”
Charles Finney (1792- 1875), libro Poder desde lo alto.
El sábado el Señor puso con poder en mi corazón las siguientes palabras, dirigidas por el Señor Jesús a Pablo (Hechos 18:9-10): "No temas, sino habla, y no calles; porque yo estoy contigo, y ninguno pondrá sobre ti la mano para hacerte mal, porque yo tengo mucho pueblo en esta ciudad". Esto sometió mis temores completamente, pero mi corazón estaba cargado con agonía por la gente. El domingo en la mañana me levanté temprano, y me retiré a una arboleda no muy lejos del pueblo para derramar mi corazón ante Dios por una bendición para la obra del día. No pude expresar la agonía de mi alma en palabras, pero luché con mucho gemir, y creo con muchas lágrimas, por una o dos horas, sin obtener alivio. Regresé a mi cuarto en el hotel, pero casi inmediatamente volví a la arboleda. Hice esto tres veces. La última vez obtuve alivio completo, justo a tiempo para ir a la reunión.
Fui a la escuela, y la encontré completamente llena. Saqué mi pequeña Biblia de bolsillo y leí: "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna". Mostré el amor de Dios como se contrasta con la manera en la que fue tratado por aquellos a quienes dio su hijo. Les hice ver su profanidad y mientras reconocía a mis oyentes cuya profanidad había observado en especial, en la plenitud de mi corazón y con muchas lágrimas les indiqué: "he oído a estos hombres que han nombrado a Dios para maldecir a sus semejantes". La Palabra hizo un poderoso efecto. Nadie parecía ofendido, pero casi todos desfallecían grandemente. Al término del servicio el dueño tan amable, el señor Copeland, se levantó y dijo que abriría la casa de reunión en la tarde. La casa de reunión estaba llena como en la mañana, la Palabra hizo un poderoso efecto.
Así el avivamiento poderoso comenzó en el pueblo, y luego a propagarse por todos lados.”
Charles Finney (1792- 1875), libro Poder desde lo alto.
Comentarios
Publicar un comentario