Dios no hace distinción de personas para derramar de su Espíritu. Él puede utilizar a la “hermana B”, una anciana de la congregación, para traer su presencia a la iglesia. Tal vez ella no tenga talentos musicales, pero la melodía fluye de su corazón y Dios es ministrado por su adoración. La clave de la “hermana B” es ser adoradora. En una reunión la adoración es la parte que le corresponde a Dios, la Palabra es la nuestra. Muchos cristianos dice: “llegare tarde a la iglesia, me perderé la adoración, pero llegare para la predica.” Los que piensan de esta manera no han entendido el propósito de nuestras reuniones, que es la de hacer “culto” a Dios, dar honra y gloria a su nombre. Dios rescato a su pueblo Israel para que le rindiera culto en su monte santo. Los salvo para llevarlos a su intimidad.
Existe un pensamiento generalizado, que la iglesia es un lugar solo para recibir. La oración se centra en presentar nuestras peticiones y necesidades, y la adoración en recibir un toque para calmar nuestro espíritu. Como resultado, ha surgido una iglesia egoísta. Todo gira alrededor de nuestras necesidades. De esta forma solo cumplimos la última parte del doble mandamiento de: Amar a Dios y amar al prójimo “como a uno mismo”. Es decir, solo amamos nuestra persona. La oración debe incluir la intercesión a favor de nuestro prójimo. Y la adoración debe ser la expresión visible de nuestro amor por Dios.
Hace unos días jugando con mi hijo Lucas, tuve una revelación de Dios. Lucas tiene 3 años y su juego favorito es jugar a la “casita”. El juego consiste en subirnos a la cama (puede ser la suya o la mía) y levantar una especie de carpita con las sabanas o acolchados. Podemos pasar una hora jugando, yo lo miro y me quedo hipnotizado por sus sonrisas. En un instante siento que el Padre me dice: “Esto es lo que quiero con vos”. Podría decir que mi hijo levanto la “Tienda de Lucas” como la levanto David a su Padre Celestial. Esa tienda era una expresión visible de lo que ocurría en el interior del corazón de David, en donde Dios habitaba y se sentía a gusto.
El secreto de David era que tenía un corazón conforme al de Dios, es decir, un corazón con la forma a la de Dios, un corazón para Dios. Amaba a Dios con todo su corazón. Su vida de adoración lo hacían sentir cómodo al Padre. David experimentaba una relación íntima similar al que tiene Jesús con su Abba. Esa relación Dios quiere que tengamos con El. La adoración no es un acto religioso, es “jugar” con nuestro Papa, como lo hace mi hijo conmigo. La religión nos hace ver a Dios, un Padre distante e inalcanzable. La relación con Dios, un Papi que disfruta de estar un tiempo con sus amados hijos.
Hace poco en un devocional, Dios me dijo: “como vos hablas de tu hijo todo el tiempo, así hablo de vos en mi trono, pienso todo el tiempo en vos. Si tengo una debilidad, son mis hijos”. A los minutos, un compañero ora por mí y me dice: “el Padre se regocija en ti”.
Solo una revelación del amor del Padre hará que muchos hijos de Dios disfruten del tiempo de adoración. “En tu presencia hay plenitud de gozo; Delicias a tu diestra para siempre.”
Existe un pensamiento generalizado, que la iglesia es un lugar solo para recibir. La oración se centra en presentar nuestras peticiones y necesidades, y la adoración en recibir un toque para calmar nuestro espíritu. Como resultado, ha surgido una iglesia egoísta. Todo gira alrededor de nuestras necesidades. De esta forma solo cumplimos la última parte del doble mandamiento de: Amar a Dios y amar al prójimo “como a uno mismo”. Es decir, solo amamos nuestra persona. La oración debe incluir la intercesión a favor de nuestro prójimo. Y la adoración debe ser la expresión visible de nuestro amor por Dios.
Hace unos días jugando con mi hijo Lucas, tuve una revelación de Dios. Lucas tiene 3 años y su juego favorito es jugar a la “casita”. El juego consiste en subirnos a la cama (puede ser la suya o la mía) y levantar una especie de carpita con las sabanas o acolchados. Podemos pasar una hora jugando, yo lo miro y me quedo hipnotizado por sus sonrisas. En un instante siento que el Padre me dice: “Esto es lo que quiero con vos”. Podría decir que mi hijo levanto la “Tienda de Lucas” como la levanto David a su Padre Celestial. Esa tienda era una expresión visible de lo que ocurría en el interior del corazón de David, en donde Dios habitaba y se sentía a gusto.
El secreto de David era que tenía un corazón conforme al de Dios, es decir, un corazón con la forma a la de Dios, un corazón para Dios. Amaba a Dios con todo su corazón. Su vida de adoración lo hacían sentir cómodo al Padre. David experimentaba una relación íntima similar al que tiene Jesús con su Abba. Esa relación Dios quiere que tengamos con El. La adoración no es un acto religioso, es “jugar” con nuestro Papa, como lo hace mi hijo conmigo. La religión nos hace ver a Dios, un Padre distante e inalcanzable. La relación con Dios, un Papi que disfruta de estar un tiempo con sus amados hijos.
Hace poco en un devocional, Dios me dijo: “como vos hablas de tu hijo todo el tiempo, así hablo de vos en mi trono, pienso todo el tiempo en vos. Si tengo una debilidad, son mis hijos”. A los minutos, un compañero ora por mí y me dice: “el Padre se regocija en ti”.
Solo una revelación del amor del Padre hará que muchos hijos de Dios disfruten del tiempo de adoración. “En tu presencia hay plenitud de gozo; Delicias a tu diestra para siempre.”
Nestor Jacque, con referencia al capitulo 8 del libro La casa favorita de Dios - Tommy Tenney
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