¡Qué cosa tan maravillosa es que una multitud de promesas, y profecías, y tipos, aparentemente tan heterogéneos, se hayan cumplido todos en una persona!
Supongamos que quitáramos a Cristo por un momento, y que le diera el Antiguo Testamento a cualquier sabio de la tierra, diciéndole: “Toma esto; esto es un problema; vete a casa y construye en tu imaginación un carácter ideal que se ajuste con exactitud a todo lo que fue prefigurado aquí; recuerda, debe ser un profeta como Moisés, y también un campeón como Josué; debe ser un Aarón y un Melquisedec; debe ser tanto David como Salomón, Noé y Jonás, Judá y José. Es más, no debe ser únicamente el cordero que fue inmolado, y el chivo expiatorio que no fue inmolado, la tórtola que era sumergida en sangre, y el sacerdote que sacrificaba al ave, sino que debe ser también el altar, el tabernáculo, el propiciatorio, y el pan de la proposición.”
Es más, para confundir todavía más a este sabio, le recordamos las profecías tan aparentemente contradictorias, que uno pensaría que no se podrían conciliar nunca en un solo hombre. Como estas: “Todos los reyes se postrarán delante de él; todas las naciones le servirán;” y sin embargo, es “Despreciado y desechado entre los hombres.” Debe comenzar por mostrar a un hombre nacido de una madre virgen: “He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo.” Debe ser un hombre sin mancha ni arruga, y sin embargo alguien en quien el Señor concentra las iniquidades de todos nosotros. Debe ser alguien glorioso, un Hijo de David, y sin embargo, debe ser una raíz de tierra seca.
Ahora, y lo digo sin ningún temor, si todos los más grandes intelectos de todas las edades se pusieran a resolver este problema, a inventar otra clave para los tipos y las profecías, no podrían hacerlo. Los veo, hombres sabios, ustedes están descifrando estos jeroglíficos; alguien sugiere una clave, y abre dos o tres de estas figuras, pero no puede proseguir, pues la siguiente figura lo desconcierta. Otro estudioso sugiere otra clave, pero resulta que falla allí donde es más necesaria, y otro, y otro, y así estos maravillosos jeroglíficos trazados antaño por Moisés en el desierto, deben quedar sin explicación, hasta que alguien pasa al frente y proclama: “La cruz de Cristo, Hijo de Dios encarnado;” entonces todo se aclara, de tal forma que uno que corre puede leer y un niño puede entender.
¡Bendito Salvador! En Ti vemos cumplido todo lo que Dios habló desde el principio por medio de los profetas; en Ti descubrimos que todo ha sido consumado con plenitud, todo aquello que Dios había establecido para nosotros en la sombría niebla del humo sacrificial. ¡Gloria sea dada a Tu nombre! “Consumado es,” todo está compendiado en Ti.
Supongamos que quitáramos a Cristo por un momento, y que le diera el Antiguo Testamento a cualquier sabio de la tierra, diciéndole: “Toma esto; esto es un problema; vete a casa y construye en tu imaginación un carácter ideal que se ajuste con exactitud a todo lo que fue prefigurado aquí; recuerda, debe ser un profeta como Moisés, y también un campeón como Josué; debe ser un Aarón y un Melquisedec; debe ser tanto David como Salomón, Noé y Jonás, Judá y José. Es más, no debe ser únicamente el cordero que fue inmolado, y el chivo expiatorio que no fue inmolado, la tórtola que era sumergida en sangre, y el sacerdote que sacrificaba al ave, sino que debe ser también el altar, el tabernáculo, el propiciatorio, y el pan de la proposición.”
Es más, para confundir todavía más a este sabio, le recordamos las profecías tan aparentemente contradictorias, que uno pensaría que no se podrían conciliar nunca en un solo hombre. Como estas: “Todos los reyes se postrarán delante de él; todas las naciones le servirán;” y sin embargo, es “Despreciado y desechado entre los hombres.” Debe comenzar por mostrar a un hombre nacido de una madre virgen: “He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo.” Debe ser un hombre sin mancha ni arruga, y sin embargo alguien en quien el Señor concentra las iniquidades de todos nosotros. Debe ser alguien glorioso, un Hijo de David, y sin embargo, debe ser una raíz de tierra seca.
Ahora, y lo digo sin ningún temor, si todos los más grandes intelectos de todas las edades se pusieran a resolver este problema, a inventar otra clave para los tipos y las profecías, no podrían hacerlo. Los veo, hombres sabios, ustedes están descifrando estos jeroglíficos; alguien sugiere una clave, y abre dos o tres de estas figuras, pero no puede proseguir, pues la siguiente figura lo desconcierta. Otro estudioso sugiere otra clave, pero resulta que falla allí donde es más necesaria, y otro, y otro, y así estos maravillosos jeroglíficos trazados antaño por Moisés en el desierto, deben quedar sin explicación, hasta que alguien pasa al frente y proclama: “La cruz de Cristo, Hijo de Dios encarnado;” entonces todo se aclara, de tal forma que uno que corre puede leer y un niño puede entender.
¡Bendito Salvador! En Ti vemos cumplido todo lo que Dios habló desde el principio por medio de los profetas; en Ti descubrimos que todo ha sido consumado con plenitud, todo aquello que Dios había establecido para nosotros en la sombría niebla del humo sacrificial. ¡Gloria sea dada a Tu nombre! “Consumado es,” todo está compendiado en Ti.
Fragmento del sermón "Consumado es" del 1 de Diciembre de 1861, C.H. Spurgeon.
Traducido por Allan Roman y Thomas Montgomery
Traducido por Allan Roman y Thomas Montgomery
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