Abandonaban
sus oficios y se convertían en discípulos del Maestro, en siervos del Señor,
ellos ya no dirigían sus vidas. Jesús era su guía, dueño y amo.
Cristo nos
invita a seguirlo, y que lo pongamos en el primer lugar y en el centro de
nuestras vidas. Él no debe competir con ninguna cosa ni con nadie. La decisión
de seguirlo no puede tomarse a la ligera, es un compromiso que nos demandara un
alto costo, y debemos decir como el apóstol Pablo:
“Y ciertamente, aun
estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de
Cristo Jesús, mi Señor, por amor del
cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (Filipenses 3:8)
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