Por miles de años no se vio en la tierra la imagen de Dios en el hombre. Hasta que apareció en escena, uno que portaba la misma imagen del Eterno. Aquel verbo se hizo carne y habito entre nosotros, y vimos su gloria, la gloria del unigénito Hijo del Padre, Jesucristo. Dios pone nuevamente su perfecta imagen en un hombre, nacido de mujer. Emanuel, Dios con nosotros, habito en un tabernáculo humano o templo como Jesús decía de sí mismo. Mediante a Él, todos los hombres pueden portar de nuevo la imagen original de Dios. Jesús restauro y mejoro la imagen del hombre. El postrer Adán fue superior al primero en obediencia y comunión con Dios.
La voz audible de Dios se escuchó nuevamente en el Rio Jordán, con las palabras: “Este es mi Hijo Amado en quien me complazco”, luego en otro monte diciendo: “Este es mi Hijo Amado, al él oíd”. Jesús es el enviado del Padre para invitar al hombre a acercarse El confiadamente. El revela el amor de Dios y echa fuera el temor. Jesús también es el modelo a seguir, fue tentado en todo y no peco. Eligió ser obediente y vivir en la voluntad de Dios.
Jesús restauro en el hombre el sentido de cumplir misiones divinas. Dios había creado a Adán para que llevara a cabo sus planes, pero este vivió para los suyos propios. Jesús en cambios desde niño declaro: “en los negocios de mi padre me conviene estar”. Al finalizar su ministerio dijo, yo te he glorificado en la tierra, he acabado la obra que me diste. Toda la vida de Jesús estuvo al servicio de su Padre. Imitemos a Cristo, seamos colaboradores del propósito divino. Jesús vino a restaurar las emociones y los pensamientos del hombre. En el podemos ver al hombre perfecto, con una mente sana y estado emocional equilibrado. Lloro pero no se deprimió, se enojó y se alegró pero no peco. Jesús personifica al carácter del Padre.
Moisés clamo a Dios diciendo, te ruego que muestres tu gloria, Dios le respondió haciendo pasar su naturaleza delante de él. Esa manifestación de su gloria transformo el rostro de Moisés. Pero pronto esa gloria se desvaneció. Sin embrago, en Jesús vemos la misma gloria del Padre, quien me ha visto a mí, ha visto al Padre, le dijo a sus discípulos. Su carácter es la imagen de Dios. Jesús es la provisión del Padre. Viendo la gloria del Hijo somos transformados a su imagen. Con esa imagen, nuestra capacidad para la eternidad y la habilidad de cumplir propósitos divinos será restaurada.
Moisés conoció a Dios en el Monte Sinaí, fue enviado a liberar al pueblo, a guiarlos por el camino que conocía, y traerlos al lugar de su presencia. Así Jesús, que es el Camino y conoce la ruta para llegar al corazón del Padre. El Hijo que habitaba en el seno del Padre la eternidad pasada, es enviado por Dios para traer más hijos a su ensanchado corazón. Cuando Israel finalmente es liberado de Egipto y llega al Monte, la voz de Dios se hace escuchar audiblemente, declarando los mandamientos a su pueblo. Israel tuvo miedo y propuso que Moisés sea su mediador, negando así tener una relación directa con Dios. Desde allí, Dios hizo oír su voz a través de la boca de los profetas.
La voz audible de Dios se escuchó nuevamente en el Rio Jordán, con las palabras: “Este es mi Hijo Amado en quien me complazco”, luego en otro monte diciendo: “Este es mi Hijo Amado, al él oíd”. Jesús es el enviado del Padre para invitar al hombre a acercarse El confiadamente. El revela el amor de Dios y echa fuera el temor. Jesús también es el modelo a seguir, fue tentado en todo y no peco. Eligió ser obediente y vivir en la voluntad de Dios.
Jesús restauro en el hombre el sentido de cumplir misiones divinas. Dios había creado a Adán para que llevara a cabo sus planes, pero este vivió para los suyos propios. Jesús en cambios desde niño declaro: “en los negocios de mi padre me conviene estar”. Al finalizar su ministerio dijo, yo te he glorificado en la tierra, he acabado la obra que me diste. Toda la vida de Jesús estuvo al servicio de su Padre. Imitemos a Cristo, seamos colaboradores del propósito divino. Jesús vino a restaurar las emociones y los pensamientos del hombre. En el podemos ver al hombre perfecto, con una mente sana y estado emocional equilibrado. Lloro pero no se deprimió, se enojó y se alegró pero no peco. Jesús personifica al carácter del Padre.
Moisés clamo a Dios diciendo, te ruego que muestres tu gloria, Dios le respondió haciendo pasar su naturaleza delante de él. Esa manifestación de su gloria transformo el rostro de Moisés. Pero pronto esa gloria se desvaneció. Sin embrago, en Jesús vemos la misma gloria del Padre, quien me ha visto a mí, ha visto al Padre, le dijo a sus discípulos. Su carácter es la imagen de Dios. Jesús es la provisión del Padre. Viendo la gloria del Hijo somos transformados a su imagen. Con esa imagen, nuestra capacidad para la eternidad y la habilidad de cumplir propósitos divinos será restaurada.
Nestor Jacque, con referencia al Libro Jardin de la Amistad - Mariano Sennewald
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