"Una vez, un ateo se dirigía a una multitud de personas al aire libre. Estaba tratando de persuadirlos de que no había Dios ni demonio, ni cielo, ni infierno, ni resurrección, ni juicio, ni vida por venir. Les aconsejó que tiraran sus Biblias y que no prestaran atención a lo que decían los predicadores. Les recomendó que pensaran como él y que fueran como él. Él habló audazmente. La multitud escuchó ansiosamente. Era "el ciego guiando al ciego". Ambos caían al pozo. Una anciana pobre camino a través de la multitud, al lugar donde estaba parado. Ella lo miró a los ojos y le dijo en voz alta: "señor, ¿Eres feliz?" El ateo la miró desdeñosamente y no le dio respuesta. "Señor", dijo de nuevo, "le pido que responda mi pregunta. ¿Quiere que tiremos nuestras Biblias? Nos dice que no debemos creer lo que los predicadores dicen acerca de Cristo. Nos aconseja que pensemos como usted. Ahora, antes de seguir tu consejo, tenemos derecho a saber de qué...
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